"Dedicado a todos aquellos que intentamos nadar contracorriente en el ámbito cultural de las Islas Canarias"

28 de noviembre de 2013

En las Cumbres del Mundo

Hubo de haber si lo hubiere otros lejanos mundos habitados
por centenares de presurosas mariposas de colores confundidos,
portando entre sus alas letras enredadas en indescifrable lenguas,
hubo también si lo hubiere lugares más allá de dónde la sombra descansa
apoyada sobre erguidas pirámides del color pardo de la ceniza,
si hubo, hubo otros lugares y otras gentes 
que adoraban emplumadas deidades
si, yo les vi, os lo juro, las vi reflejadas en los rostros de animales…

Sentí entre ellas, la más pequeña inmensidad 
ante la grandiosidad de su pasado,
y me recosté para ver las nubes pasar tras las colinas 
como un viajero cansado,
cuando apenas a mi vera parecían tañer 
mil dulces flautas y rugidos de jaguares
y al son de todos ellos cerré mis ojos
y me sentí por primera vez ser humano…

Puedo contar como si contar pudiera
que hollé cimas como dioses alados
y divisé a lo lejos una tierra que ya respiraba 
de antiguas culturas ancestrales,
cuando del mar llegaron gentes extrañas
que solo hablaban de ritos y espadas
y ante esa visión pensé que ya era tiempo 
de pedir perdón por tanta ignorancia…

Hoy de regreso a mis playas tranquilas como Ulises,
siento prendidas en mi memoria cada una de sus piedras,
cada palabra y con ella, cada una de sus letras,
si, fui feliz entre esas ruinas
que de civilizaciones sabias fueron
y me prometí como niño que promete no caer de rodillas de nuevo
pues de todo aquel saber que como maná del cielo
ante mis sienes se hallaba
obtendría algún día toda la sabiduría
que de ellas encontrase encerrada…

Volveré algún día y caminaré junto a vosotras por la calle de los muertos
y subiremos de nuevo las escalinatas del sol y de la luna
y de la mano sentiremos el vértigo de ver el mundo ante nuestros pies
mientras gritamos ante los dioses en voz alta que un día estuvimos
juntos sobre las cumbres del mundo, o eso creímos entonces…




Para mis mirlos ausentes
Un saludo y espero que os guste

8 de noviembre de 2013

La sombra a su espalda


El columpio se mueve cimbreante de un lado a otro mientras observo como Elisa sonríe sin cesar, y con cada cadencia pendular del artilugio, vuela más y más alto en la inocencia de quien todo lo desconoce, y total, para que saberlo.

Me llamo Eva, aunque ese no es mi verdadero nombre, tengo veintiséis años y no sé cuántos llevo huyendo de un lugar a otro, ya casi no recuerdo cuántas ciudades, cuántos paisajes distintos, cuántos sentimientos encontrados, ni siquiera recuerdo si hubo un principio en toda esta pesadilla.

Le conocí una mañana de Otoño por el camino que solía llevar a la escuela, y como cualquier muchacha de mi edad, de inmediato sentí una inocente curiosidad mezcla de candor y al mismo tiempo de irrefrenable atracción hacia él. Todas las chicas de los alrededores nos mostrábamos inquietas cuando, como un adonis adolescente, se paseaba por delante de nosotras con la seguridad de quien se siente bello por dentro y por fuera.

Yo no era, sin pecar de falsa modestia, una de las chicas más bellas de la escuela, pero desde un principio noté que nuestra atracción era cuanto menos recíproca. Tras unos lances, que aunque confusos, parecían demostrar que mi intuición era cierta, comenzamos a salir. Luego vino la Universidad y por fin, mi licenciatura. Fueron pasando los años como hojas que caen en Otoño al sólo contacto de una ligera brisa, y tras un noviazgo de lo más común, aunque separado por la distancia, nos casamos por la iglesia, por supuesto, pues ni mi familia ni la suya hubiesen tolerado una convivencia, por así llamarla, contra-natura, y ¡vaya!, buenos son en los pueblos con esos atavismos.

Nos trasladamos a la capital, pues su familia tenía una casa allí, y los primeros meses fueron maravillosos, aunque yo, no salía de casa, casi había abandonado mi carrera, a él no le gustaba que trabajase fuera de casa y aunque a regañadientes lo acepté, le quería tanto.
La primera bofetada fue casi como una noticia que no esperas, como una brisa calurosa que te golpea y ante la que no puedes reaccionar. Fue tras una cena a la que había ido con mis compañeras de universidad, de repente me asaltó con preguntas acerca de; ¿Dónde has ido? ¿Con quién? y, como no le satisfizo las respuestas me “acarició” con esa sutil forma que tienen los que dicen amarte de acariciar para luego desandar lo andado con dos lágrimas recorriendo las mejillas y tres absurdos lo siento.

En los meses siguientes, he estado hospitalizada tres veces y más por dejadez que por miedo, no le he denunciado, y ese fue mi error, porque esto le hizo creer que yo era suya y como mercadería propia, podía hacer conmigo lo que quisiera, así nació Elisa, casi sin quererlo, sin hacer ruido y aún así, nunca le agradeceré lo suficiente la primera vez que vi su cara y supe que jamás dejaría que mi hija viese como él me golpeaba delante de ella. Fue Elisa, como la llama que prende la mecha, como la luz al final del túnel, fue mi salvación pues decidí pedir ayuda y coger lo necesario para huir sin mirar atrás.

Llevamos mucho tiempo huyendo y  ya no tengo miedo por mí, pues la muerte es un sendero que todos habremos un día de cruzar, pero si me preocupa Elisa, si me inquieta la vida que sin merecer le ha tocado vivir, solo espero que el futuro que ha de llegar nos sea más afortunado y que un día la hermana de Elisa que llevo en mis entrañas, ¡ah, se me olvidaba he conocido a alguien!, crezca sin saber que hubo un tiempo en el que el miedo era ese indeseable compañero a quien ninguno de nosotros hemos invitado.
El columpio se mueve cimbreante de un lado a otro mientras observo a Elisa y a Laura como sonríen, sonríen como sólo los niños saben hacerlo, aunque debo confesar que yo aún sigo vigilante, aún sigo vigilando cada sombra que se mueve sospechosa tras de mí.   

Un saludo y espero que os guste

EN LOS PÁRAMOS

Jamás pensé que la emoción tantos años contenida, fuese en este día de emociones y nostalgias, como un viento huracanado que de puro ímpetu perdería su prestancia para transformarse lentamente en una mera brisa y con el paso de tantos abriles se convirtiera en tan sólo un velo de recuerdos.

Ahora que ya llega el ocaso de mi vida y veo, como en un fotograma, todas y cada unas de las experiencias vividas, me he propuesto plasmarlas en este lienzo que se disfraza de carta, para que nunca olvidéis cada una de mis palabras, pues en ellas me reconoceréis cuando ya no esté y aún cuando ni siquiera vosotros estéis.

Mis queridos y bellos amigos, hoy he sentido casi por última vez como, tras muchos años, hervía de nuevo en mis venas la sangre del recuerdo que emanaba de nuestra juventud, de aquella insultante juventud, de aquellas tardes junto al viejo embarcadero, lo sentí como si aún os viese, si, a todos mis viejos camaradas, vuestras caras, vuestras risas, aquella insultante juventud, ¡qué fue de todos aquellas almas cándidas! ¡qué irreparable pérdida!

Fuimos locos con el pelo alborotado, fuimos jóvenes caballos desbocados, si, fuimos impetuosos jóvenes cegados por la euforia del desconocimiento, de la provocadora belleza que sólo la absurda valentía nos infunde, pero, bien sabéis ya, que fuimos al tiempo insensatos dispuestos a arrojarnos inútilmente en las ásperas manos de la inconsciencia, y tan solo por enarbolar aquel desmedido ardor guerrero que una patria y un himno nos insuflaban, ¡qué irreparable pérdida!

Todavía recuerdo aquella mañana cuando recibimos con orgullo e inconsciencia las noticias que llegaban desde el continente, todo había estallado, el mundo conocido había cambiado en minutos, horas, días, y ya nada sería igual, y corrimos, corrimos como gamos asustados hacia las fauces de un lobo fiero e insensato, sin saber que más allá del valor que de nuestros poros brotaba, nos esperaba el dolor, la desesperanza y la muerte.

Hoy, cuando el tiempo ha cerrado las trincheras de mi mente y las heridas de mi alma, camino de nuevo sólo por entre estas verdes montañas, que me recuerdan como esfinges egipcias vuestra belleza, vuestra absurda belleza malgastada, ah, ¡qué irreparable pérdida!

Y desde la humildad de mi perdida prestancia, siembro hoy estos campos que una vez fueron de muerte, de loas bañadas de esperanza para de este modo brindar por mis amigos, por mis amados amigos, por todos aquellos bellos jóvenes que murieron en pos de un absurdo, en la vana defensa de un efímero honor, de una disputa entre hombres que nunca jamás empuñaron un arma ni lucharon en los campos de Europa, en defensa de aquellos que jamás murieron porque fuimos nosotros quienes lo hicimos en su nombre, si, ya sabréis a estas alturas de esta catártica epístola que entre ellos me encuentro, pues mi alma descansa en estos campos donde las suyas moran desde hace casi ya un siglo mientras camino lentamente con mis desnudos pies sobre éstos páramos de divina juventud.
Para mis bellos mirlos ausentes
Espero que os guste